Ticker

6/recent/ticker-posts

🔬🌐GEORGES LEMAITRE. Había una vez un sacerdote que quería inflar el universo.🌐

 

 

Georges Lemaitre

Daniel Lanza

 

Ese día de 1927, cuando se realizaba el Congreso de Solvay, en Bruselas, un desconocido sacerdote abordó al hombre que había derribado la hegemonía de la física de Newton y cambiado para siempre la visión del mundo y del universo. Para Einstein resultaría incómodo aquel joven de traje negro, anteojos redondos y un clériman pulcro y almidonado en su cuello como señal de devoción y fe en un mundo más allá de las leyes físicas. 

Este joven sacerdote, de nombre Georges Lemaitre, que también era astrónomo y físico, y discípulo de Arthur Stanley Eddington, ahora consultaba la opinión de Albert sobre un trabajo suyo acerca de la expansión del universo, derivado de las ecuaciones presentadas por el propio Einstein en su teoría de la relatividad general. Ya Aleksandr Fridman había propuesto lo mismo sin que Lemaitre lo supiera, y había causado en Einstein el mismo rechazo que ahora le manifestaba a Lemaitre cuando le dijo que aunque sus cálculos eran correctos, su física era “abominable”.

Detrás de esa expresión de Einstein acerca de la física de Lemaitre estaba, quizá, no sólo que Einstein sostenía con vehemencia la tesis del universo estacionario e infinito, la cual trató de justificar en su teoría de la relatividad general con la introducción de una ecuación que denominó “Constante Cosmológica”, sino también el prejuicio y la sospecha de que esta nueva tesis del universo cambiante y en expansión la presentaba justo un hombre de fe, lo que especulo que para en Einstein era lo “abominable”.

 

Einstein y Lemaitre

Pero el joven sacerdote, de espíritu acendrado, no era un bisoño fácil de desanimar, además de insistir con Einstein, a quien no convenció ni siquiera con el argumento de las observaciones realizadas por los astrónomos Vesto Slipher y Carl Wilhelm Wirtz del movimiento hacia el rojo de las nebulosas de espirales, continuó persistiendo en su idea, y en 1930, tras comprobar la insatisfacción de Willem de Sitter y de Eddington con la hipótesis del universo estacionario sostenida por Einstein, escribió a su antiguo mentor para que revisará su trabajo de 1927.

Tras esa revisión, Stanley Eddington, el 10 de mayo de 1930, en una conferencia en la Real Sociedad Astronómica informa sobre el trabajo de Lemaitre,  asegurando que daba respuesta asombrosamente completa a los diversos problemas que plantean las cosmogonías de Sitter y de Einstein. Nueve días después Sitter también reconoció el valor del trabajo de Lemaitre.

Por su lado Einstein no estuvo convencido hasta que en 1929 Hobble presentó un trabajo donde mostraba evidencias del corrimiento al rojo de las galaxias, lo que interpretó como la expansión del universo, dando al traste con la hipótesis del universo estacionario.

 

Acercamiento al rojo

 A partir de allí todo parecía estar bien con Lemaitre, pero este sacerdote intrépido, en 1930, publicó en la revista Monthy Notice de la Royal Astronomical Society, lo que sería su mejor carta, un artículo donde proponía que si el universo está en expansión, en el pasado debiera haber ocupado un espacio cada vez más pequeño, hasta que, en algún momento original, todo el universo se encontraría concentrado en una especie de “átomo primitivo” o “huevo cósmico”; y a partir de esa singularidad se habría producido una explosión de la cual se originó el cosmos.

Fred Hoyle, uno de los proponentes de la hipótesis del universo estacionario, a manera de crítica e ironía, llamó despectivamente a esta propuesta Big Bang.

Con esta tesis de Lemaitre, lo que sí explotó en un primer momento fue la comunidad científica, que no sólo se mofó y cuestionó, sino que algunos asumieron actitudes que se pueden considerar violentas.  Hasta Eddington, que continuaba siendo su amigo, consideró la propuesta poco satisfactoria y Einstein, quien ya había mejorado su relación con él, insistía en que esto era una reminiscencia del dogma cristiano de la creación, y por tanto poco científica.

Toda esa hostilidad no hizo mella alguna en el carácter del antiguo soldado voluntario del ejército belga que había recibido la Cruz de Guerra, en la Primera Guerra Mundial, y que ahora, como soldado de Cristo y científico, tenía claro que sus dos caminos para encontrar la verdad eran totalmente distintos y con métodos diferentes. Lemaitre sabía y aseguraba que su fe no era la base que lo había llevado a esas conclusiones, sino la lógica racional, física y matemática que indicaba que el universo tuvo un principio, y que aunque el propio Einstein, creador de la teoría general de la relatividad, lo negara obcecadamente, las ecuaciones de la geometría del universo por él desarrolladas así lo sugerían.

Lemaitre insistió en su propuesta en  publicaciones posteriores, y en 1946 publicó el libro “La hipótesis del átomo primitivo”, donde explicaba con detalle cómo el universo se había ido expandiendo a partir del primer átomo.

 Aunque ya eran evidentes los detractores de su hipótesis, su persistencia le fue ganando adeptos y varios científicos desarrollaron trabajos bajo esa nueva línea de investigación.

 En 1948, los científicos George Gamow y Ralf Alpher, basados en el modelo del Big Bang de Lemaitre, predijeron que luego de la explosión, 380,000 años después, a medida que el universo se fue expandiendo, el enfriamiento adiabático causó que el plasma se enfriara hasta que fue posible que los electrones se combinaran con los protones y formarán átomos de hidrógeno. A partir de ese momento los fotones pudieron viajar libremente a través del espacio sin llegar a rozar o unirse con los electrones dispersos. Este momento es conocido como la “era de la recombinación”, y la radiación de microondas es precisamente el resultado de ese momento. Estás microondas vendrían a ser, metafóricamente hablando, las cenizas de esa explosión, las huellas o rastros que pudieran comprobar la teoría del Big Bang.

 Allí empezó la carrera por encontrar las pruebas de la primera explosión. El físico Robert Dicke y sus colegas en la Universidad de Princeton construyeron un  radiómetro especial (hoy conocido como radiómetro Dicke), que instalaron en el techo de su laboratorio, pero no se detectó ninguna radiación que pudiese relacionarse con la explosión.

 Mientras tanto, en los laboratorios de la Bell Telephone en Holden, Nueva Jersey, los jóvenes astrónomos Arno Penzias y Robert Wilson, habían construido una extraña antena de 6 metros de longitud para observar posibles microondas provenientes de la Vía Láctea, y en 1965, sin proponérselo, detectaron una radiación misteriosa que no parecía tener relación con nuestra Vía Láctea. Observando las extrañas características de esa radiación concluyeron que era de origen cósmico, pero no tenían idea de qué fenómeno físico podía causarla. Después de mencionar su descubrimiento al físico Bernie Burke, éste los informó del trabajo Robert Dicke. Luego, en una entrevista con él fueron entonces conscientes que habían detectado la radiación, que poco después del Big Bang llenaba todo el universo.

 

Radiación de fondo de microondas

 Esta fue la prueba definitiva. El sacerdote Georges Lemaitre tenía razón y la comunidad científica escéptica ya no tenía nada que refutar, al menos desde el punto de vista de las evidencias empíricas. El Big Bang ahora se sostenía sobre bases sólidas.

 Después de los duros cuestionamientos a los trabajos de Lemaitre, la mayoría de las veces por su condición de sacerdote, la dialéctica de la ciencia demostró la seriedad de sus aportes y finalmente la comunidad científica, incluyendo a Einstein, lo reconocieron y le brindaron todo tipo de honores.

 A partir de entonces permanecen abiertas muchas preguntas, sobre todo en el orden filosófico y teológico, pero eso es materia de otro artículo.

 


Publicar un comentario

0 Comentarios