El
27 de mayo de 1840, al norte de Italia, en la ciudad de Niza, al obispo de la
ciudad le habían hecho un petitorio que no tardó en rechazar. Se trataba de una
solicitud para enterrar a Niccolo’ Paganini, quien había fallecido ese día. El
obispo afirmó tajante: “se trata de una
persona que ha mantenido contacto con el diablo”.
Paganini
nació en la ciudad de Génova el 27 de octubre de 1782. Su padre, un funcionario
portuario aficionado del violín, educó con extrema rigidez a su pequeño, a
quien obligaba a practicar el violín desde tempranas horas de la mañana hasta
el anochecer bajo la amenaza de restringirle la comida. A los siete años de
edad Paganini ya era un virtuoso del violín con una destreza tal que no se ha
vuelto a repetir en la historia.
Los
duros tratos del padre eran compensados por el cariño de su madre, la que aseguraba
al niño que él llegaría a ser un gran violinista reconocido en todo el mundo,
como le había dicho un ángel en su sueño.
A
los nueve años Paganini hizo su primera y espectacular aparición pública. En su
adolescencia realizó una gira por varias ciudades de Lombardía, y a sus veinte
años dejó atónito al público y a músicos de la época con sus alucinantes
conciertos donde sólo usaba dos cuerdas del violín: la SOL y la MI. Lo más
sorprendente fue que llegó a ejecutar piezas de gran dificultad con una sola
cuerda. En esa época también compuso más de veinte piezas en las que combinaba
el violín con la guitarra.
El
extremo de su virtuosismo se manifestó cuando la princesa de Lucca, María Anna
Elisa Bacciocchi, hermana de Napoleón Bonaparte, le pidió que escribiera una
partitura de una sola cuerda, la cual el violinista presentó en palacio dejando a todos
extasiados y sin palabras.
Sus
giras por toda Europa le granjearon enorme fama, galardones y premios donde se
presentaba, y sobre todo una gran admiración por un talento tal que nadie podía
explicar.
En
medio de su fama comenzaron a surgir las habladurías sobre el origen de su
alucinante virtuosismo. En los corrillos se decía que la cuerda que había
utilizado en el concierto para la princesa de Lucca la había confeccionado con
la tripa de una mujer que el propio Paganini había asesinado. Corrían rumores
falsos acerca de que el músico había estado en prisión durante ocho años, en los
que se dedicó arduamente a mejorar su técnica violinista. Pero, el rumor más
insólito estaba relacionado con el posible pacto que Paganini había hecho con
el diablo, a quien le entregó su alma a cambio de su talento. Algunos críticos
musicales incluso llegaron a afirmar que habían visto al mismísimo diablo
sujetando el brazo del músico y guiando el arco de su violín en algunos de sus
conciertos.
Quizá algunos rasgos de su personalidad y su aspecto físico extremadamente delgado otorgaban esa aura misteriosa alrededor de Paganini, quien además dejaba creer a la gente que realmente había pactado con el diablo. En esto contribuyó también su postura ante la Iglesia, con la que mantuvo siempre una fría y distante relación, al punto de negarse a recibir a un sacerdote para que le diera la extrema unción cuando se encontraba muy enfermo.
Su
salud se fue deteriorando a causa de una tuberculosis. En los años 1834 y
1840 padeció dos fuertes episodios de hemoptisis, el segundo precipitó su muerte. Durante el avance de la
enfermedad, padeció afonía crónica los dos últimos años de su vida. Paganini
además se medicaba con mercurio para tratar la sífilis que
también padecía.
Una
vez fallecido el gran virtuoso del violín que alucinó a toda Europa, su cadáver
tuvo que permanecer embalsamado en una caja de madera guardada en un simple
almacén, porque a causa de “su pacto con el diablo” no le fue permitida la
santa sepultura en tierra consagrada.
Al
poco tiempo de su muerte, surgieron las voces defensoras del gran violinista,
reconociendo su extraordinario virtuosismo producto de una condición natural
que nada tenía que ver con el demonio. Todo el enredo se resume en las palabras
del pianista y compositor húngaro Franz Liszt, quien conoció personalmente a
Paganini y de quien dijo que la gente “pretendía explicar su genio inexplicable
mediante hechos más inexplicable todavía.
Para
cerrar, los invito a disfrutar de la última parte del concierto para violín n.º
2 de Paganini.
Bibliografía
N. Ares. La historia perdida. 2003
J. Sugden. Paganini. 1992.
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