Polvo de estrellas |
Mientras miraba una entrevista televisada
escuché decir a Neil deGrasse,
parafraseando a Harlow Shapley y a Carl Sagan: “Sólo somos polvo de estrellas”.
Entonces me vi en el oscuro universo primitivo de quark-gluones, suspendido en
la penumbra del plasma pre-atómico, partícula de energía insignificante sin
nombre, esperma del cosmos que por alguna misteriosa razón estaba destinado a algo.
Materia y antimateria en una danza de vida y muerte, de ser y no ser, neutrinos
y antineutrinos, electrones y positrones, neutrones y antineutrones, protones y
antiprotones constituyéndose unos a otros.
Las estrellas y la formación de elementos químicos
Por
el designio de las cuatro fuerzas rectoras, nació el primogénito átomo de
hidrógeno, simple, abundante y reinante. Solitario protón rodeado de un devoto
electrón que desde su humilde condición fundarían el universo material. Supo el
átomo de hidrógeno de su soledad y juntando a cuatro de sus núcleos trajo a la
existencia a su hijo primero, el helio, y ambos condensándose en las nebulosas
originaron a las grandiosas estrellas moldeadas por la gravitación, y así
surgían las inmensas y calurosas fábricas del polvo que somos. Formidables
reactores nucleares naturales fusionando cada nuevo elemento y transformándolo
en otro distinto: litio, belirio, carbono, nitrógeno, oxígeno. Sólo era el
principio del proceso sometido al régimen pausado del indiferente tiempo de
miles de millones de años que vería nacer, crecer y morir estrellas que en su
descomunal final proporcionaban la energía para la fusión de los elementos más
pesados que fueron expulsados al universo.
Nuevas estrellas seguirán naciendo, girando indeteniblemente,
condensándose mientras que en la nube gaseosa y de polvo que danza a su
alrededor los grumos de elementos pesados se juntarán por efecto de la gravedad
formando a los planetas, que acompañarán sólo a las estrellas fértiles.
El nacimiento del planeta tierra
Así
nació nuestro planeta, Gaia, la Gran Madre, alrededor de Helio, nuestro Sol. La
Tierra nacía privilegiada por los ajustes exactos para ser la excepción; pero de niña sus
condiciones eran inhóspitas, envuelta en un mar de fuego de roca fundida y
rodeada de dióxido de carbono, nitrógeno, azufre y vapor de agua, impedía
cualquier rastro de posible vida. Por su tremendura infantil era castigada y
golpeada permanentemente por asteroides y meteoritos que traían consigo los
elementos pesados que sólo pueden formarse en las estrellas. Justamente el
hierro y el níquel descendieron al centro del globo formando su núcleo y este a
su vez el campo magnético que rodea y
protege al planeta del viento solar.
La vida en la tierra
Durante miles de millones de años la Gran
Madre continúa evolucionando hasta que las condiciones atmosféricas permitieron
que la materia primitiva lograra formar las primeras estructuras químicas
orgánicas. A partir de entonces Gaia alumbró la gran diversidad de vida,
distinta en cada etapa del tiempo, salvaje y unida a la Tierra.
El Hombre, polvo de estrellas y materia pensante
Mucho después llegó el hombre consciente, una mezcla de
agua, grasa, músculo, huesos, cuyos elementos constituyentes son en un 99%:
hidrógeno, carbono, oxígeno, nitrógeno, calcio y fósforo. El 0,85% lo compone el potasio, azufre, sodio,
cloro y magnesio. El resto son los oligoelementos: boro, cobalto, cobre, yodo,
hierro, magnesio, molibdeno, selenio, silicio, estaño, vanadio y zinc.
Elementos formados en las estrellas y en las supernovas, polvo estelar moldeado
que durante miles de millones de años evolucionó hasta formar esa masa
gelatinosa de agua y grasa llamada cerebro humano, materia en organización
compleja y superior que ahora es capaz de percibir al mundo y pensarse a sí
misma.
Hasta donde podemos conocer, el hombre es
la única materia capaz de tener consciencia superior, pensamiento abstracto y
complejo, sentimientos elevados, gustos estéticos, voluntad, discernimiento
moral. Materia pensante capaz de manipular y transformar a la materia a
voluntad y con propósitos.
El hombre despertó su consciencia en un
planeta de 4500 millones de años, constituido por una materia mucho más
antigua. Apenas unos pocos años describen la historia humana en la Tierra, es
un recién llegado a un mundo antiguo. Para el hombre primitivo, la materia que
lo rodeaba y constituía aún no era el concepto seco, inhumano y fríamente
intelectual propio del hombre actual.
El hombre primitivo se percibía como parte
de la naturaleza. La Tierra era su madre y los fenómenos naturales eran
manifestaciones de entidades veneradas. El trueno era la voz del dios
encolerizado, en los ríos habitaban los espíritus, el árbol era el principio
vital. Para ese hombre, las piedras, las plantas, los animales hablaban y
escuchaban su voz. Entre el humano y la naturaleza existía una fuerte conexión
emocional, Gaia unía con lazos sensibles a todos sus frutos materiales, el Homo
Sapiens incluido.
Pero la consciencia del hombre
contemporáneo es distinta y “superior”. El espíritu primitivo se transformó en
intelecto, en una inteligencia que se ha enseñoreado sobre la Madre Tierra y
toda la hermana naturaleza. El hombre descubre, manipula, transforma y crea
materia para edificar su mundo, mientras destruye a la naturaleza a su alrededor.
Ha creado una dinámica ambivalente entre el bien y el mal, por un lado utiliza
las propiedades de los elementos, isótopos, y moléculas para edificar y salvar
vidas, y por otro lado utiliza la energía contenida en el núcleo de los
elementos pesados para asesinar masivamente y sostener su hegemonía
política-económica.
Aquel polvo de estrella que evolucionó
hasta convertirse en cerebro humano, hoy se encuentra separado del resto del
cosmos y perdido dentro de la arrogancia de su propia inteligencia, incapaz de
comprender qué es y cómo es que logró el privilegio de desafiar a la entropía y
desarrollar una consciencia apta para percibir al mundo y a sí mismo.
A
pesar de todo el desarrollo evolutivo del intelecto humano, la gran pregunta
continúa sin respuesta. La mayor angustia existencial sigue siendo la necesidad
de tener certeza si sólo somos polvo de estrellas, saber si todo lo que nos
hace humanos: los sentimientos nobles y perversos, emociones, ideologías,
gustos estéticos, voluntad, discernimiento, se puede explicar solamente como
producto de interacciones neuronales o por alguna otra razón que escapa al
entendimiento actual.
Las preguntas que no terminan de cerrarse
¿Es
la vida sólo este instante fugaz de consciencia conseguida por una materia altamente
organizada y compleja?
¿Es
la muerte el no ser absoluto, el fin de la consciencia, la nada eterna?
¿Es
la conciencia una propiedad de la materia evolucionada o una condición de toda
la materia simple capaz de interactuar y organizarse en estructuras más
complejas?
¿Ha
avanzado lo suficiente el conocimiento científico para asegurar rotundamente
que sólo somos polvo de estrellas, o apenas empezamos a transitar el camino
hacia la verdad?
Las
preguntas seguirán abiertas y nosotros peregrinando entre las certezas, las
creencias y los mitos mientras nos debatimos entre los dictámenes de la razón y
las fuerzas instintivas de la emoción.
3 Comentarios
Actualmente la especie humana se ha separado del cosmos, se ha separado de la madre tierra que es su esencia, que es la fuente de energía cósmica y ha convertido en un ser destructor de sí mismo.
ResponderBorrarAsí es. Esa es una triste verdad.
BorrarActualmente la especie humana se ha separado del cosmos, se ha separado de la madre tierra que es su esencia, que es la fuente de energía cósmica y ha convertido en un ser destructor de sí mismo.
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