Fritz Haber nació en Breslau, Prusia, el 9 de
diciembre de 1868, en el seno de una familia judía asquenazí. Fue un destacado
químico, físico, ingeniero y profesor universitario. Antes, fue conocido por
desarrollar la síntesis del amoniaco, utilizado en los fertilizantes químicos.
Tras el inicio de la primera guerra mundial,
los líderes militares alemanes, esperanzados por romper el empate en las
trincheras que estaba arruinando su economía, reclutaron a Haber para su
división de gases para la guerra. Aunque podía ganar una fortuna con los
contratos del gobierno basados en sus patentes del amoníaco, a Haber no le
importó abandonar sus otros proyectos. La división no tardó en ser conocida
como «la oficina de Haber», e incluso a este judío de cuarenta y seis años
convertido al luteranismo porque le ayudaba en su carrera, los militares lo
ascendieron a capitán, algo que lo llenó de un pueril orgullo.
Por culpa de Haber, la bufonada de las armas
químicas basadas en bromo dio paso a la despiadada fase del cloro que hoy nos
recuerdan los libros de historia. Los soldados enemigos pronto hubieron de
temer los gases de cloro: grunkreuz;
el o «cruz verde», el blaukreuz o
«cruz azul», y el terrible gelbkreuz
o «cruz amarilla», un agente vesicante más conocido como gas mostaza. No
contento con sus contribuciones científicas, Haber dirigió el primer ataque con
gases de la historia que cumplió su cometido: cinco mil perplejos soldados
franceses quemados y lacerados en una enlodada trinchera cerca de Ypres. En su
tiempo libre, Haber también enunció una grotesca ley biológica, la regla de
Haber, para cuantificar la relación entre la concentración de gas, el tiempo de
exposición y la tasa de mortalidad, cuya elaboración debió requerir una
deprimente cantidad de datos.
Horrorizada ante los proyectos del gas, Clara,
su esposa, quien también era una química, se enfrentó a Fritz desde el
principio, exigiéndole que los abandonara. Como era costumbre, Fritz no la
escuchó. De hecho, aunque Fritz lloró sentidamente cuando algunos de sus
colaboradores murieron durante un accidente en la rama de investigación de la
oficina Haber, cuando regresó de Ypres organizó una fiesta para celebrar sus
nuevas armas. Lo que es peor, Clara descubrió que sólo había vuelto a casa por
una noche, de camino a dirigir más ataques en el frente oriental. Marido y
mujer discutieron acaloradamente, y esa misma noche Clara salió al jardín
familiar con la pistola reglamentaria de su marido y se pegó un tiro en el
pecho. Aunque sin duda disgustado, Fritz no permitió que este incidente lo
apartara de sus planes. Al día siguiente, en lugar de quedarse a organizar el
funeral, partió como tenía previsto.
Pese a gozar de la incomparable ventaja de
Haber, Alemania al final perdió la guerra que había de poner fin a todas las
guerras y fue denunciada universalmente como nación canalla. La reacción
internacional contra el propio Haber fue más compleja. En 1919, cuando aún no
se había disipado el polvo (o el gas) de la primera guerra mundial, Haber ganó
el premio Nobel de Química que había quedado vacante (los Nobel se habían
suspendido durante la guerra) por su proceso para producir amoníaco a partir de
nitrógeno, aunque sus fertilizantes no habían protegido de la hambruna a miles
de alemanes durante la guerra. Un año más tarde, fue acusado de ser un criminal
de guerra internacional por haber realizado una campaña de guerra química que
había lisiado a cientos de miles de personas y aterrorizado a millones, un
legado contradictorio que casi se cancela a sí mismo.
Pero las cosas fueron a peor. Humillado por
las formidables reparaciones que Alemania tuvo que pagar a los Aliados, Haber
dedicó seis fútiles años a intentar extraer oro de los océanos con la esperanza
de poder pagar él mismo las indemnizaciones. Realizó otros proyectos a
trompicones, y lo único con lo que consiguió atraer cierta atención durante
aquellos años (aparte de intentar venderse a la Unión Soviética como asesor
sobre la guerra con gases) fue un insecticida. Haber había inventado el Zyklon
A antes de la guerra, y una compañía química alemana experimentó con su fórmula
después de la guerra hasta producir un gas de segunda generación más eficiente.
Con el tiempo, un nuevo régimen con poca memoria ascendió al poder en Alemania,
y los nazis no tardaron en exiliar a Haber por sus raíces judías. Murió en 1934
mientras viajaba a Inglaterra en busca de refugio. Entretanto, la investigación
sobre el insecticida prosiguió. A los pocos años, los nazis se dedicaron a
gasear a millones de judíos, entre ellos algunos parientes de Haber, con aquel
gas de segunda generación: el Zyklon B.
Más tarde, su hijo Hermann Haber, nacido en
1902, también se quitó la vida, avergonzado del trabajo de su padre, la guerra
química, y los horrores que había causado.
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