Cuando conocí a Pinto alguien me lo presentó como poeta. Su personalidad era cautivadora, vestía al mejor estilo de un clásico y pulcro caballero de los años 20, con zapatos brillantes de cuero negro, pantalones almidonados de lino, camisa manga larga bien planchada, bajo el combinado chaleco que coqueteaba con su pajarita azul y con su boina española de algodón. En su brazo izquierdo colgaba una sombrilla negra que se adecuaba con sus zapatos.
Se
dirigió a mí como si retomara una vieja plática inconclusa, que nunca tuvo lugar.
—A ver
—dijo con plena confianza—. ¿Qué
opinión te merece estos fatídicos versos de mi pluma escritos en el año 1996? :
“La madre presiente al hijo infame que puja,
su llanto alcanza a
las mañanas no llegadas y afligidas.
Ahora todos cantan
mientras la bruma oculta al cadalso
y los hijos de Saba
tienen a su reina”
—Tú lo has dicho, fatídicos y herméticos —me limité a decir procurando cierto eufemismo, y para compensar mi lacónico comentario, le pregunté—: ¿Y a ti, qué opinión te merece?
En ese momento sus ojos se iluminaron con un
brillo angustiante, como venido de
inaccesibles profundidades.
— ¿No lo ves? En el año 96 profeticé lo que
apenas está empezando a suceder. Esos
versos son las voces del destino.
En
este punto sentí cierto desasosiego y confusión ante mi
interlocutor. Detrás de esa presunta y
fatua inteligencia se ocultaba no sé si la genialidad o el disparate. Sin embargo,
no puedo negar que su pintoresca personalidad, juicio inusual, y su valoración por las letras atraparon mi
interés. En estos pueblos donde la lectura es lo más cercano a una aberración
fenoménica, intercambiar algunos diálogos con Pinto podría resultar placentero,
y quizá hasta ilustrador.
Luego siguió el largo comentario de sus
versos, entrelazando ideas religiosas, cabalísticas y de ficción que él asumía
como reales. Me limité a escucharlo atentamente y a hacerle alguna pregunta con
intención mayéutica para estimular su intrincada explicación.
Pinto vivía en Muelle de Cariaco, un pueblo
vecino de mi San Antonio del Golfo. Al paso de los días continué pensando en
aquel extraño personaje que me deleitó con sus atolondradas y profundas
reflexiones, aquella tarde de matices naranjas en su Muelle natal. Pero, fue
después de cinco largos años que volví a encontrarme con él. Yo viajaba desde
Cariaco hasta San Antonio del Golfo en mi Toyota Ávila en compañía de mi primo
Harris, otro personaje peculiar de fluida y tarambana inteligencia con el que
podía compartir mis gustos por la buena y culta charla, de modo que el
contexto conspiró (mi paso por Muelle de Cariaco, el pueblo de
Pinto y la compañía de mi primo Harris),
todo servido para un interesante encuentro de mentes disparatadas en lo que pudiera ser la
más hermenéutica y desopilante conversación.
Recordé que él me había dicho que vivía cerca
de la estación de servicio de gasolina, en la vía hacia Santa María. Hasta allí me dirigí sin preguntar a nadie, de alguna manera presentía que podía distinguir
la casa de Pinto, como efectivamente sucedió.
En la mayoría de los barrios del estado Sucre
se puede observar el mismo patrón heterogéneo y complejo donde conviven
personas de diferentes posibilidades económicas y alguna distinción cultural.
Las casas presentan diversidad en sus diseños y fachadas que actúan como
retratos del abolengo familiar. Las viejas y grandes casas de conservado techo
rojo y gigantescas puertas son los testigos silenciosos del paso generacional
de alguna antigua familia de comerciantes, cuya nueva estirpe de profesionales
citadinos la conserva como tesoro de su prosapia lugareña. Luego están las
construidas por el Estado, algunas modificadas gracias al esfuerzo de cierto
trabajador público o privado y otras que se mantienen igual o evidentemente
deterioradas a causa de la escasez de recursos familiares. Encontramos también
las casas de los analfabetas y personas de baja moral, estas son las más
despampanantes y ostentosas, generalmente pertenecen a deshonestos
funcionarios del gobierno y a
comerciantes usureros; y finalmente
están las casitas, allí encontramos a la gente humilde del pueblo, a la madre
soltera angustiada por los afanes del día, y
a la abuelita bonachona junto al
nieto estudioso y al nieto malandro y consentido. Una de estas últimas era el hogar de Pinto; sin embargo, su casita
era tan peculiar como él, cuando la vi
supe a quién pertenecía. Tenía una
entrada angosta y una vieja puerta de madera destartalada, paredes de bahareque
y techo de zinc. En su pared principal
había una pequeña pintura mural con algunos símbolos cabalísticos y una cita
del Pentateuco que decía:
“Bastantes vueltas
habéis dado ya alrededor de este monte. Volveos
hacia el norte”.
Al entrar, Pinto me saludó como si apenas nos
hubiésemos visto el día anterior. Su
pequeña salita estaba muy limpia y oscura, y una vieja y solitaria silla de
madera era el único mueble de la estancia. En las cuatro paredes de la sala
colgaban varios cuadros de su autoría pintados al óleo. Todos tenían un tema en común, cargados de
símbolos religiosos y esotéricos, pero presentados en un angustiante caos de
objetos y perspectivas improbables,
colores variados e intensos y líneas laberínticas y espirales obsesivas.
Noté la aprensión de Harris ante las pinturas
en esa mirada de extrañamiento que cargó sobre mí. Le pregunté a Pinto sobre el
contenido de sus óleos. Su respuesta fue precedida por una amplia sonrisa, como
la que regala un padre a un niño ante una pregunta ingenua y retórica, y mostró
el mismo brillo que observé en sus ojos cinco años antes, cuando lo interpelé
sobre sus versos.
—Son profecías cumplidas —me dijo satisfecho—. ¿No lo ves? Está muy
claro.
Yo sólo veía triángulos, cáliz, peces,
estrellas de David, ojos humanos y líneas
laberínticas sumergidas en una aberrante anarquía de perspectivas y
colores; pero, Pinto insistía en la literalidad de su obra con los hechos
vaticinados. Ante un pequeño cuadro de una estrella giratoria en medio de
múltiples cáliz y líneas espirales con un fondo de intensos azules, rojos y
verdes, me dijo:
—Aquí profeticé el terremoto de Cariaco del
año 1997. ¿Qué opinión te merece esto?
En este punto Harris intuyó que nuestro
interlocutor no estaba bien del juicio, y por mi parte, no podía negar que me
interesaba sobremanera presenciar una buena discusión entre estos dos
personajes que a su modo gozaban del privilegio de una imaginación vibrante que
apostaba por cruzar la frontera de la cordura como la mayoría de los artistas y
genios. Entonces Pinto nos invitó al patio de su casa. Era un amplio espacio
natural rodeado de matorrales xerófilos y algunas plantas medicinales y
ornamentales, caminamos hasta la sombra de un frondoso roble y nos sentamos en
una cómoda y fresca piedra. Allí Pinto continuó diciendo:
—Tanto mis versos como mis pinturas, son
obras de incalculable valor profético que en manos de sabios gobernantes
pudieran ser un instrumento importante para el cambio de este país.
Supe
inmediatamente que el comentario petulante de Pinto avivaría el ánimo de
Harris, el señor de la presunción, y se abría una interesante oportunidad para
estimular una descalabrada y mitómana tertulia; además, yo podría someter a
prueba de fuego a la teoría de la comunicación en boga, para ello sólo tenía
que introducir un tema generador y ese sería justamente el que más entusiasmo
causaba en Harris: ¡Volar!
Pregunté a Pinto: — ¿Crees que es dado al
hombre desafiar su naturaleza terrestre a través de instrumentos que lo igualen
a las aves del cielo?
Él
contestó: —Cuando mi médico leyó mi poema titulado “El último sello sobre el
volcán de fuego”, quedó asombrado y me dijo: “¡Pinto tienes que publicar esto
inmediatamente!”.
A esto Harris objetó indignado: — ¡Yo soy
piloto de ala fija y de ala rotatoria con 800 horas de vuelo.
Pinto asintió y agregó: —El eminente médico
caraqueño Luis Martínez Cambaceres tuvo el honor de leer mi poema prosaico
“Gevurá en la tierra del sollozo carmesí” y sólo atinó a decir con lágrimas en
los ojos: “¡Oh Pinto tú y Charles Pierre Baudelaire, sólo dos!”.
Entonces
Harris contraatacó: —Trabajando yo de guía turístico en la Gran Sabana
tuve la oportunidad de sobrevolar los tepuyes en un Bell 427, y Richard Boulton,
quien era mi pasajero habitual en sus ratos de esparcimiento, me dijo: “Hijo,
tu estilo de vuelo es digno de la escuela de Meyer Baldó”.
Ese monodiálogo
extraño y sin sentido continuó durante media hora, desafiando los modelos de
Shannon, de Schramn y de Jakobson, y de
cualquier otro iluso teórico que se atreviera a esquematizar los elementos de
la comunicación; y fue en ese preciso momento cuando ocurrió el curioso hecho
que me obligó a escribir esta historia. Mientras Pinto y Harris monodialogaban escuché dentro de mi
cabeza la voz de Pinto que me decía algo. No se trataba de un pensamiento, era
una voz nítida, sonora y articulada; pero con una gravedad y un tono distinto
al del Pinto que hablaba con Harris. No
puedo ocultar el susto y la confusión que sentí en ese instante. Me preocupó
sobremanera mi salud mental. ¡Cómo era posible escuchar la voz de Pinto en mi
cerebro justo cuando estaba frente a mí, en su peculiar conversación con mi
primo Harris! Sacudí mi cabeza,
golpeé mis oídos, me levanté y moví mi
cuerpo y todo fue inútil, la voz seguía ahí.
Entonces el Pinto de mi cabeza trató de calmarme; me dijo que no me
asustara, cosa que no era sencilla.
—No tengas miedo, por imposible que esto
parezca es completamente normal. Tienes
que abrir tu mente para que puedas comprender lo que ahora te voy a demostrar
—me dijo.
— ¡Ajá, ajá! —Creo que fue lo único que pude
decir o no sé si lo dije o lo pensé, en ese momento estaba muy confundido y
atemorizado aunque hacía un esfuerzo por calmarme y tratar de comprender lo que
estaba pasando.
— ¿Tengo tu atención? —preguntó.
— ¡Sí, claro!
—dije asustado.
—Voy a tratar de
explicarte lo más sencillo posible algo muy complejo, por eso necesito toda tu
atención —dijo con severidad y luego
continuó su larga explicación:
—Sé que piensas
que yo estoy loco; pero, eso que tú llamas locura es mi puerta a la verdad. Te
ha pasado, seguro, que cuando sueñas
sufres o te diviertes, y sientes que todo eso es real.
—Sí, así es
—contesté más calmado—. Recuerdo que en una ocasión me dispararon en un sueño y
todo fue muy real. Sentí como la bala penetró en mi pecho, el desagradable y
frío dolor, la sangre que corría e incluso el desvanecimiento próximo a la
muerte. Fue un alivio inmenso cuando desperté.
—De eso se trata
todo, de los sueños dentro de los sueños.
— ¿Sueños dentro
de sueños? ¿Cómo así?
—Tal y como
escuchaste, un sueño dentro de otro sueño, y en ese sueño hay otro dentro y así
sucesivamente hasta el infinito.
—Eso lo entiendo,
un sueño dentro de otro sueño; pero ¿cuál es el punto? ¿Qué me quieres explicar
con eso?
—Te lo explico
así, tú soñabas que te disparaban y todo fue bastante real; pero, luego
despertaste y sentiste alivio porque todo había sido un sueño; y así fue,
despertaste de un sueño; pero, abriste los ojos en otro sueño que también
sientes como real.
— ¡Vamos! ¡No te
pongas filosófico ni místico! De esas especulaciones absurdas ya he leído
bastante.
— ¡Sí, no dudo de
que hayas soñado que has leído sobre esas tonterías místicas! Pero, ¿Cómo
explicas ahora que yo estoy hablando dentro de tu cabeza?
— ¡Qué sé yo! Será
un truco o me estoy volviendo loco.
—No estás loco;
pero, si escéptico, y eso no ayudará, porque la verdad puede ser traumática
para ti.
— ¿La verdad?
Bueno si tú me vas a decir la verdad de mi existencia, puedo arriesgarme con lo
del trauma —dije irónico.
—Si esa es tu
actitud, no me dejas otra alternativa que ir directo al grano.
— ¡No le pares! Di
lo que tengas que decir sin ambages.
—Si así lo quieres
te lo diré: ¡Tú no existes!
En ese punto no
pude contener la risa y tuve que sincerarme con Pinto:
—Disculpa lo que
te voy a decir mi amigo; pero, yo sé que tú no estás bien del juicio, y todas
esas cosas que hablas, escribes y pintas son evidencia de que algunos tornillos
están flojos; ¡pero, con esto te la comiste! ¡Decirme que yo no existo! Eso
está fuera de toda lógica, porque por el mismo hecho de que ahora estoy
respondiendo a tus locuras, es una prueba de mi existencia.
— ¿Recuerdas que
en tu sueño también creías que existías? Lo mismo te está pasando en este
momento.
— ¿Entonces dices
que ahora estoy soñando?
—Algo así; pero,
lo del sueño es un símil que hago para que puedas entender lo que realmente te
pasa.
— ¡Wao! Pero
todavía es más complicado —dije con sarcasmo.
—Escucha bien y no
te alteres, tú sólo eres un personaje de ficción, al igual que tu primo Harris
y yo.
— ¡Ficción! —Grité
con chanza—. Si no fuera porque eres una voz dentro de mi cabeza, me burlaría
de ti todo el día. Estás más loco de lo que en un principio pensé.
—Con esa mala
actitud pretendes ocultar tu miedo; pero, te vas a tener que aguantar. Esta
realidad, a la que tanto te aferras, es parte de un cuento escrito por un
fulano llamado Daniel. En este momento él también está confundido, porque no
entiende como un personaje de su cuento lo desafía, le quita el control y te cuenta toda la
verdad. Esto lo incomoda y lo aturde demasiado. Él es tan iluso como tú, porque
no termina de aceptar que él también es otro personaje de ficción que otro
escritor está creando.
—Ya no tiene
gracia escuchar toda tu locura, Pinto.
— ¡No seas
cobarde! Si abres los ojos a la verdad, podrás desafiar a la pluma que te crea
y ya no podrá condicionarte. Quiero mostrarte algo, sólo observa.
En ese momento,
para mi asombro, el Pinto que conversaba con Harris empezó a levitar. Nada lo
sostenía sentado en el aire mientras seguía hablando de sus poemas y pinturas y
de todos los prestigiosos psiquiatras que admiraban su obra. Entonces Harris
sonrió. Se paró sobre la piedra donde había estado sentado, levantó sus brazos
al cielo y gritó rebosante de alegría, como si se dirigiera a alguien que lo
observara desde arriba: “¡Yo soy piloto de ala fija y ala rotatoria, no joda!”
Luego sacó de su bolsillo un helicóptero Bell 427, con una carcasa prístina de
color blanco luminoso; abrió la puerta y se montó en él. Pinto descendió de su
levitación y también abordó la aeronave. Harris estaba feliz al frente de los
controles de la cabina de mando. Hizo girar las hélices y ambos se esfumaron
entre las nubes lejanas que se ocultaban detrás de la montaña que conducía
hacia la población de Santa María. Entonces
sentí escalofrío en todo mi cuerpo cuando miré una mano gigante y enojada que
surgía por el Oeste, borrando con una goma al paisaje, a las personas y a las
casas, mientras yo me disipaba entre la tinta borrada; pero, satisfecho, porque
de alguna manera sabía que, al menos, Pinto y Harris ahora eran libres.
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