Desde finales del siglo XIX había tomado forma
entre los judíos europeos, la idea de crear un estado sionista que se
convirtiera en la patria de todos los hebreos del mundo, esparcidos por los
confines del planeta a través de múltiples éxodos y persecuciones.
El Congreso sionista de Londres en 1898, había
trazado, bajo la dirección de Teodoro Herzl, las directrices fundamentales de
esa campaña, que aún no tenía lugar definido donde desarrollarse. Se barajaban
múltiples localidades, pero el problema que siempre se enfrentaba en el
análisis era la posibilidad de que la población del país escogido no recibiera
precisamente con los brazos abiertos a los nuevos pobladores.
Argentina y otros países fueron, por tanto,
desechados. Quedaba, entonces, el lugar que parecía más apropiado pues sobre
él, además, podían los judíos alegar título de pertenencias, si bien sumamente
antiguos.
Palestina estaba escasamente habitado desde
siglos atrás por un pueblo árabe, sumido en el atraso y la miseria, y ese sería
el lugar para la reconstitución del estado judío.
Para el efecto, sin embargo, el movimiento
sionista requería de un formidable apoyo diplomático, el cual encontró en la
Inglaterra victoriana, que ya desde cuando era primer ministro Benjamín
Disraeli había mostrado cierta disposición al efecto.
Las
gestiones llegaron a su punto culminante en 1917, el ministro de relaciones
exteriores de Gran Bretaña, Arthur Balfour, notificó que Inglaterra consideraba
favorable el establecimiento de un hogar nacional israelita en Palestina, y que
el gobierno británico haría cuánto estuviera a su alcance para la realización
de este proyecto.
Pero al
mismo tiempo, Inglaterra se proponía proteger los derechos de las poblaciones
de esa zona, lo que resultaba en una evidente contradicción.
Los
tratados de paz de 1919 pusieron a Palestina bajo el protectorado británico, y
fue entonces cuando los ingleses se dieron cuenta de los peligros que
significaba el postulado de la declaración de Balfour. Las dudas inglesas, que
comenzaron con las restricciones a la inmigración judía (que había iniciado
desde el siglo anterior) no hicieron más que molestar aún más a los árabes, que
consideraban a ese territorio parte de su proyectado imperio, y a sus
pobladores sus hermanos.
Desde
entonces hasta el presente, luego de la Constitución de Israel en 1948, la
región Palestina se convirtió en el verdadero polvorín del Oriente Medio.
0 Comentarios