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APAGUEMOS LAS LUCES Y CANCELEMOS



Ditas Troglo

Sus libros fueron leídos y celebrados por millones en todo el mundo. Sus ideas desafiaron los preceptos de una época. Traducido a más de 40 idiomas. Logró remover las telarañas del pensamiento al punto de poner en vilo a los conservadores y a los críticos. Desdibujó con buen trazo conceptual y gnoseológico los argumentos de la época; sembró dudas fértiles a su paso. Creó un sistema de pensamiento a partir de sus incomodidades teóricas. Sus maravillosos análisis de lo político-social y económico se leían y generaban polémicas en todos lados. Como buen pensador, su lugar era la incomodidad. Entender el desarrollo de las naciones hoy, no es posible sin pasar por su monumental obra, la misma atesora lo más granado y trascendental de la filosofía del siglo XIX.

Su desgracia: 137 años después de su muerte, alguien, algún bibliófilo del camino,  encontró unos manuscritos con su firma y allí, en esos papeles amarillentos y vetustos, se constata que el tipo era un pederasta y que, en sus años de juventud, mató a una mujer de la forma más violenta que pueda imaginarse ser humano alguno. La obra muere por el hombre, por ese sujeto imperfecto, con sus pequeñas o grandes miserias internas. Todo queda inhabilitado, todo queda sepultado por su naturaleza bestial, por su vida humana, por sus pasiones ruines (no dejan de serlo)…humanas también. Pero — ¡oh curiosidad! — quienes alistan el patíbulo y lo ponen a tono para la ejecución, no vieron, por ejemplo, que Maradona también fue humano, que además de drogas (lo menos reprochable) también sabía golpear mujeres y abandonarlas al paso. Golpeaba y tenía errores. Pero no, hubo voces que no repararon en ello; voces que celebraron su obra, sus pinceladas en la cancha— ¡Dios del Fútbol! —. A los dioses no se les reprocha nada, ni que golpeen mujeres ni que paguen a menores por sexo. Son varas distintas, para dos “dioses” pecaminosos. “¿Y Neruda? Machirulo y mal padre”. “¿Y Nietzsche? Misántropo y arrogante”.



Este asunto tan esencial como fútil que es la inclinación al señalamiento. ¿Y cómo conocimos a Neruda? Seguramente lo conocimos como machirulo, a Nietzsche por misántropo-arrogante y a Diego por drogómano y golpeador. Esa es su obra y por eso deben ser recordados. Lo demás, el golazo con la mano a Inglaterra, Residencia en la tierra  o Ecce homo, son circunstancias de la vida; cosas laterales. Lo importante es el sujeto humano imperfecto, despreciable y ruin. Ese no merece escribir, ni interpretar el mundo ni meter goles con la mano. Ese debe ser execrado por su ruindad, que otros escriban Residencia en la tierra y hagan sus propios goles; sujetos-ángeles inmunes a la mundanidad. ¿Y la obra? No importa. Importa es que violó, mató, se drogó. Por eso debe ser recordado. Hay que defenestrar, señalar. Claro que sí. Pero la obra, esa que toma cuerpo por fuera, que es materia en sí misma, que toma cuerpo en la vida y los recuerdos, esa está allí, imperecedera como las rosas y Aristóteles, como dijo otro que también es bastante vilipendiado, incluso, por mérito propio.

Pero la vara, la que mide, la que manda al patíbulo ahora lustrado, no debe ser un péndulo caprichoso: “¿Vargas Llosa?, un intelectualoide de derecha”… ¿Y? La casa verde, Pantaleón y las visitadoras, Conversaciones en la catedral, La ciudad y los perros… Me importa un pepino azul si es musulmán o alienígena ancestral. Me importa si es fan número uno de Trump o de Putin (dos sátrapas por igual). Disfruto cada una de sus líneas. ¿Y Diego? ¿Cuál? ¿El chavista, el que se lucró con el dinero venezolano mal habido? ¿El drogómano?… No, yo me quedo con el otro: el mejor jugador de la historia del fútbol mundial.  Así lo conocí. Si fuese sólo el drogómano, no existiese, nadie le hace una nota: no tiene, por así decirlo, el hado del héroe.



“¿Y Aquiles? Ummm no sé, para mí que tenía una relación sodomita (¡Zeus nos salve!) con Patroclo. –¡Al paredón!—, grita el entusiasta ignorante devenido censor”. “¡Althusser, asesino! No te leo más. Sus pensamientos de asesino no los soporto”. Avanza la delicadeza y ahora nos enteramos que este pensador también fue humano: comía, cagaba, tomaba agua y era pederasta. “Muerte a su obra y a su pensamiento”. Su pederastismo debe ser motivo suficiente para destruir su obra. Pero la obra va por sí misma, camina sola y aprendió, hace ya mucho, que no le pertenece a nadie, ni a su autor humano ni a quienes andan con la guadaña afilada buscando cuellos frescos.


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