El hombre es el animal más indefenso al
nacer. No cuenta con las garras, el pelaje, la fuerza, la velocidad de otros
animales; sin embargo, la evolución de su cerebro y la inteligencia
desarrollada le permitieron imponerse sobre las otras especies.
En la naturaleza del humano actual se
encuentra el afán de conquista de aquellos homininos que desde tierras
africanas poblaron el mundo hace 2 millones de años atravesando extensos
territorios, cruzando caudalosos ríos, y enfrentando los duros cambios
climáticos.
La conquista del Everest es un claro ejemplo
de ese impulso prehistórico del Homo sapiens por superar los obstáculos que le
impuso la madre naturaleza a esta especie tan débil corporalmente, pero
poseedora, no sólo de inteligencia, sino de enviones emocionales y espirituales
que le han permitido pasar a la cúspide del reino animal.
La montaña
En 1841, sir George Everest, por medio de
cálculos trigonométricos cifró en 8839 m la altura de una montaña que resultó
ser, por tanto, la más elevada del mundo. Cálculos posteriores fijaron su
altura en 8882 m, aunque en 2013, Nepal y China, determinaron para la fecha que
la altura del Everest era de 8848,86 metros.
La cordillera del Himalaya, coronada por el monte Everest, es una de las características geográficas más grandes y
distintivas de la superficie de la tierra. La cordillera, que corre de noroeste
a sureste, se extiende a lo largo de 1400 millas; varía entre 140 millas y 200
millas de ancho; cruza o linda con cinco países diferentes: India, Nepal,
Pakistán, Bután y la República Popular de China; es la madre de tres ríos
principales: el Indo, el Ganges y el Tsampo-Bramhaputra; y cuenta con más de
100 montañas que superan los 6888,48 m.
Geológicamente hablando, el Himalaya y el monte Everest son relativamente jóvenes. Comenzaron a formarse hace más de 65
millones de años cuando chocaron dos de las grandes placas de la corteza
terrestre, la placa euroasiática y la placa indoaustraliana. El subcontinente
indio se movió hacia el noreste, chocando contra Asia, doblando y empujando los
límites de la placa hasta que el Himalaya finalmente alcanzó más de cinco
millas de altura y continúa aumentando entre 5 y 10 milímetros cada año.
El reto
Conquistar la cumbre del Everest, situada en
lo más abrupto del Himalaya, entre el Nepal y el Tíbet, tal era el sueño de
todo montañero. Hasta 1920 las autoridades religiosas del Tíbet se opusieron a
cualquier intento, pero a partir de 1922 se otorgaron permisos. El rey de Nepal
puso a disposición de todos los que deseaban intentarlo sus sherpas, hombres de montaña, algunos de
los cuales caminan descalzos sobre la nieve a alturas superiores a los 6000 m,
sin aparente fatiga. Sin embargo, alcanzar la cima del Everest no es tarea fácil.
El enrarecimiento del aire, el peligro de las tempestades, el mal de montaña,
adquieren allí caracteres excepcionales: La capa más baja de la troposfera a
partir del suelo se llama biosfera. Alcanza los 3000 o 4000 m y registra la
mayor parte de las perturbaciones atmosféricas que nos afectan. Es muy difícil
encontrar núcleos humanos que vivan en forma permanente a alturas superiores a
4000 m.
A esta capa sigue la troposfera superior,
cuya composición es muy semejante a la de la biosfera, aunque el aire sea menos
denso. En estas altitudes la respiración es forzada por falta de oxígeno y se
experimenta el llamado «mal de montaña», que se manifiesta por una aceleración
del pulso, zumbidos dolorosos en los oídos, neuralgias, dolores cardíacos,
temblores en las piernas y alucinaciones, llegándose incluso a la pérdida del
conocimiento.
En la expedición del Everest de 1920, el
doctor Kallas falleció a consecuencia de un colapso cardíaco debido a la falta
de oxígeno. No es posible respirar aire libre a alturas de 8000 m, pues la
presión suele ser de un cuarto de atmósfera y los accidentes fisiológicos son
siempre graves. Incluso en globo, donde no hay fatiga muscular ocasionada por
la subida, la muerte es frecuente a grandes alturas. Sivel y Croce Spinelli,
tripulantes del Globo Zenith,
murieron en 1875 por falta de aire cuando habían alcanzado los 8000 m de
altura.
Los fracasos
Debido a estas condiciones tan severas,
todas las expediciones del Everest de la primera mitad del siglo XX fracasaban.
Algunas terminaron trágicamente, como Irvine y Mallory que desaparecieron
cuando ya habían alcanzado los 8595 m. Otros salvaron su vida, pero perdieron
las manos o quedaron gravemente lesionados.
En 1950, Maurice Hertzog y Louis Lachenal
consiguieron coronar el Annapurna de 8075 m. Aquel mismo año una expedición
americana fracasó al intentar la escalada del Everest, y en 1952 dos
expediciones suizas fueron desbaratadas.
El éxito
Pero el 29 de mayo de 1953 la expedición
inglesa dirigida por sir John Hunt lo consiguió. A las 5 horas de haber
abandonado el último campamento, sir Edmund Hillary, de Nueva Zelanda, y el sherpa nepalés Tenzing Norgay, coronaron
la cima. Era el mejor regalo que podía ofrecerse a la reina de Inglaterra,
Isabel II, que en aquellos momentos celebraba las fiestas de su coronación, y
una demostración descomunal del insaciable instinto conquistador del hombre.
A
partir de entonces más de 9000 personas han llegado a la cima del monte Everest
y casi 300 alpinistas han muerto en el intento.
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